Un estudio concluyó que, al contrario de lo que se creía, las imágenes que elegimos para presentarnos se nos parecen bastante; incluso, dicen los investigadores, pueden reforzar nuestra identidad interna.
«Como imagen para utilizar en las redes sociales elegí a Susanita, el personaje de Mafalda, porque creo que me parezco bastante», dice con una sonrisa pícara Fernanda Risso, actuaria de 45 años. Según comenta, eligió ese personaje cuando abrió su cuenta en Facebook, por una cuestión de seguridad y porque se siente representada con el divertido personaje de Quino. «Soy romántica, casamentera, me gusta el amor familiar y los hijos», enumera.
Carlos Maldonado, estudiante de locución de 20 años, tiene un avatar estilo retro. «Uso esta imagen y no una foto mía porque creo que en las comunidades en las que participo interesan más los gustos del usuario que quién sos en realidad. Este avatar lo utilizo para mi cuenta de Steam y de Kongregate. Aunque su imagen no la veo parecida a mí, sí me siento identificado con algunos principios y actitudes del personaje», asegura. ¿En qué aspectos se siente identificado? Según explica Carlos, el personaje es solitario, en la serie empieza a jugar en red, pero solo. «Me gusta ese estilo de juego. Juego solo, excepto cuando es sumamente necesario hacerlo con otras personas. También es calculador y aprovecha al máximo cada oportunidad para sacarle jugo al juego, en eso me identifico porque los videojuegos en los que suelo participar siempre trato de completarlos. Además es traicionado y no confía en la gente fácilmente, como yo», detalla.
Es que aunque se piensa que los avatares se eligen sólo por estética, estudios recientes revelan que no es así. No sólo las imágenes, sino también el comportamiento que tienen los jugadores, a través de sus personajes, dejan huellas sobre su personalidad. «Analizamos cómo se expresaban mientas jugaban 1000 jugadores de World of Warcraft y observamos que, por ejemplo, las personas que en el mundo real son introvertidas prefieren juegos o actividades más solitarias. Mientras que las personas que tienen menos conciencia tienen mayor probabilidad de morir en el juego, cayendo accidentalmente, por ejemplo. Aunque suele suponerse que las personas crean personajes muy diferentes a ellos mientras juegan, los datos sugieren que hay más similitudes con la personalidad de las que se presuponía», explica Nick Yee, investigador estadounidense y autor del libro The Proteus Paradox.
Pero más allá de revelar aspectos de nuestra personalidad, los avatares también podrían modificar conductas en nuestra vida real. Incluso la investigación realizada por Nick Yee y Jeremy Bailenson observó que muchas personas estaban más preocupadas por la apariencia de sus avatares en lugar de ocuparse de su imagen en la vida real.
Por su parte, Emiliano Vega, aunque aclara que ya no usa avatar, revela que en el pasado utilizaba imágenes de un personaje Mii, propios de la consola de Nintendo. «También por un tiempo usé la imagen de Samus, protagonista de la saga Metroid, del mismo fabricante. Pero no lo veía parecido a mí. Sólo buscaba que me gustara su aspecto visual. Simplemente los usaba como un detalle creativo, nunca me resultó necesario para proteger mi identidad, como puede sucederle a otras personas», asegura este desarrollador de sistemas de 36 años.
Sobre este tema Yee detalla: «Algunos jugadores se preocupan más por la historia y la tradición del mundo del juego, y quieren adaptar sus personajes para ser parte de la historia central. Por eso la personalización del avatar es una parte importante de la narración de historias y hay un proceso para lograrlo. Otros quieren un avatar que tenga una aparición memorable, tal como sucede con algunas personas cuando eligen determinada ropa de moda en el mundo real para impresionar y ser bien vistos socialmente».
Asimismo, el investigador estadounidense compara la preocupación sobre la apariencia de los avatares con las selfies y la especial dedicación de las personas por la foto que utilizarán en su perfil de Facebook. «No hay gran diferencia entre el mundo real y el virtual. Muchas personas se preocupan, de igual manera, por su apariencia en ambos mundos», aclara.
El lado oscuro del avatar
Pero más allá de las concordancias entre la personalidad del mundo offline y online, para Cristina Benchetrit, psicóloga y directora de Espacio Olazábal, un avatar ofrece al usuario la posibilidad de poder hacer o ser aquello que desea realizar, a través de acciones que les permitan desde sacar enojos hasta vivir historias de ensueño. «Es la posibilidad de llevar, como dice el juego [se refiere a Second Life; http://secondlife.com], una segunda vida. Todos tenemos dos facetas y tener un avatar brinda la posibilidad mental de mostrar ese lado oscuro o deseado», resalta.
Beatriz Goldberg, psicóloga y escritora especializada en crisis individual y de pareja, acepta que en Internet suelen decirse muchas mentiras y elegirse imágenes que poco condicen con la realidad.
«Pero eso sucede también en la vida real. Hay gente más sincera y otra menos franca», observa. Según esta profesional, el avatar de una persona es una presentación y está muy relacionado con la autoestima y la capacidad lúdica de esa persona. «Es cierto que muchos distorsionan totalmente la imagen que muestran con el fin de agradar y caer mejor», asegura.
Goldberg también observa que a veces se eligen avatares opuestos porque se admiran ese tipo de personalidades. «Lo mismo sucede con las parejas. Suelen elegirse determinadas personalidades que los ayudan a integrarse socialmente. A veces el avatar refleja un deseo, le gustaría ser de esa manera, pero en lugar de cambiar en la vida real deciden cambiar en su vida virtual. El problema es que cuando la máquina se apaga continúa con su personalidad, no cambia. Esas personas juegan y no modifican su vida real», agrega.
Sin embargo, luego de observar a jugadores y realizar varias investigaciones al respecto, Yee sostiene que nuestros comportamientos virtuales y los reales se retroalimentan. «Se genera una especie de relación que gráficamente es como un bucle, porque ambas personalidades están vinculadas e, incluso, los avatares pueden cambiar la forma en que pensamos y nos comportamos. En la práctica creo que hay un circuito de retroalimentación en el que crear avatares refuerza nuestra identidad interna», concluye el especialista.
Fuente: La Nación