PARÍS.
Pese a estar nuevamente ausente, Vladimir Putin volvió a dominar la cumbre del G-7, que se celebra en Alemania desde ayer. Apenas iniciada la reunión, los dirigentes de las siete potencias más desarrolladas del planeta llamaron a mantener las sanciones y la unidad frente a la agresión rusa en el este de Ucrania, agitada por una nueva ola de violencia.
Inicialmente, la reunión de Schloss Elmau, en la región de Baviera, debía focalizarse en el cambio climático. Seis meses antes de la conferencia internacional de París (COP21) sobre ese tema, la canciller Angela Merkel esperaba obtener un compromiso firme de sus huéspedes sobre la reducción de gases de efecto invernadero.
En la agenda establecida por Alemania, también figuran cuestiones de salud mundial como el ébola, los antibióticos y las enfermedades tropicales. Pero no todo salió como estaba previsto. A comenzar por la crisis griega, que también terminó invitándose a la cumbre.
Anteayer, antes de partir hacia el castillo de Elmau, un lujoso hotel al pie de los Alpes, donde recibiría a sus pares estadounidense, francés, británico, canadiense, italiano y japonés, la canciller alemana tuvo que descolgar su teléfono para hablar con el presidente francés y con el primer ministro griego, Alexis Tsipras.
Esa cuarta conversación del trío en diez días prueba los esfuerzos realizados tanto por Berlín como por París para hallar una solución entre Atenas y sus acreedores internacionales, y evitar que Grecia caiga en default a fines de mes.
Finalmente, los tres dirigentes se encontrarán pasado mañana en Bruselas.
Pero el tema dominante de la primera jornada de la cumbre fue la nueva ola de violencia en Ucrania y qué hacer con Putin, excluido del exclusivo círculo de potencias industriales después que anexó Crimea, en marzo de 2014.
El presidente norteamericano, Barack Obama, y Merkel se pusieron de acuerdo en mantener las sanciones mientras Rusia no respete completamente los acuerdos de Minsk y la soberanía de Ucrania, según indicó la Casa Blanca. Esos acuerdos, concluidos en febrero pasado entre los diferentes actores del conflicto, son violados regularmente.
Un vocero militar ucraniano anunció ayer vuelos de drones y disparos de cohetes a medio camino entre la zona rebelde de Donetsk y Mariupol, última gran ciudad de la zona de conflicto bajo control del gobierno de Kiev. Ocho soldados ucranianos resultaron heridos en 24 horas, según señaló el vocero militar.
La Unión Europea (UE) debería, por su parte, votar la prolongación de las sanciones antes de fin de mes.
«Si alguien quiere iniciar un debate sobre el régimen de sanciones, solo podrá hacerlo para reforzarlas», advirtió en conferencia de prensa el polaco Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, uno de los críticos más severos de Moscú. Por el momento, la verdad es que los dirigentes del G-7 no tienen otra estrategia que mantener o reforzar las sanciones.
En un intento de abrir el camino hacia la paz, los acuerdos de Minsk preveían un cese del fuego a cambio de una mayor autonomía para los territorios del este de Ucrania. Pero los combates recomenzaron la semana pasada y se intensificaron el envío de armas de Rusia a las milicias separatistas.
Los dirigentes occidentales, sin embargo, no tienen intenciones de entregar armamento letal a Ucrania. La Cámara de Representantes de Estados Unidos votó a favor, pero Obama se resiste. Los jefes de Estado y de gobierno del G-7 mantienen una línea política que consiste en aislar a Rusia y presionarla con sanciones. Este año, como sucedió el año pasado primero en La Haya en marzo y luego en Bruselas en junio, Putin tampoco fue invitado a la cumbre.
Después de las advertencias a Moscú, el presidente Obama decidió demostrar su preocupación por la situación de Grecia, y solicitó a sus socios del G-7 que «busquen la forma de mantener una UE fuerte y próspera».
«Obama intervino, pues tanto él como los otros dirigentes presentes considera que una eventual salida de ese país de la eurozona tendría consecuencias no sólo regionales, sino globales», precisó una fuente diplomática europea.
Grecia negocia desde hace meses con sus acreedores -la Comisión Europea, el FMI y el Banco Central Europeo-, que le reclaman reformas estructurales a cambio de 7200 millones de euros de ayuda financiera, último tramo de un plan de rescate en curso. Ese dinero es crucial para Atenas en momentos en que el país, sin reservas, debe hacer frente a una serie de vencimientos que totalizan 1600 millones al FMI en junio.
Tsipras rechazó las últimas propuestas de esas instituciones -sobre todo se negó a reducir las jubilaciones y flexibilizar el mercado de trabajo-, calificándolas de «absurdas».
Donald Tusk declaró ayer, sin embargo, que era necesario dejar de considerar que los deudores tienen, por principio, un comportamiento «moral» y que los acreedores son «inmorales»: «El debate sobre Grecia no es sólo financiero», aseguró. «También es político y moral».
Fuente: lanacion.com